Soy un absoluto negado en la cocina. Y en muchas otras cosas. Pero ser un negado en muchas otras cosas no pone en peligro mi vida, ya que ser un negado en la cocina, viviendo sólo como vivo ahora, supone poder morir de hambre o alimentarme exclusivamente de pizzas, macarrones, hamburguesas y reventarme el corazón con trescientos kilos de grasa en las arterias. Mi mujer, una santa en muchos aspectos, y genial cocinera, no me ha dado por perdido e insiste en animarme a que me lance a comer mejor, que no más. Así que para acompañar la crema de calabazas (riquísima) que tengo lista para mañana, me animó a prepararme un rehogado de setas y champiñones y unos filetes rusos. Y, tras consultarle casi cada paso por teléfono, el resultado ha sido cojonudo.
Estoy muy orgulloso. A este paso pronto podré montar mi propio programa de cocina: «yo me lo guiso, yo me lo como, y tú te jodes mirando sin probar bocado». Tiembla, Arguiñado, tiembla.
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